martes, 14 de diciembre de 2010

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2 comentarios:

  1. Amigos de Historias Sonoras:
    Soy amigo de Eduardo Ruozi, siempre comparto con él mis escritos, y cuando leyó este, que escribí en los últimos días, me sugirió que se los envie, ya que lo vió apto para un corto.
    No encuentro el modo de colocar aquí un adjunto, pero trataré de enviar la primera parte aquí mismo y luego el resto en el siguiente comentario.
    También tengo publicados varios libros, el último de relatos fantásticos se llama El Año del Sol Quieto: Mas allá del 2012.
    Contiene varios relatos que se prestan a guiones cinematográficos.
    Bueno, sigue la primera parte de este relato:

    EL PLIEGUE DEL TIEMPO
    Era muy tarde ya y los chicos dormían hacía horas. Mi esposa les había prometido unos alfajores para el desayuno. Decidí salir a buscarlos, eran dos días feriados que comenzaron con el del 24 de marzo y junto con el fin de semana eran cuatro días no laborables. Por eso no había urgencias, y de paso, despejaría un poco mi mente en un paseo nocturno, luego de un día lluvioso y atareado, que transcurrió dentro de la casa.
    La estación de servicio del Cid Campeador tenía todas sus luces apagadas, y terminé comprando los alfajores en el lavadero de Colpayo y Avellaneda.
    El corte de luz abarcaba toda la calle Rojas, y de allí hacia el oeste.
    Cuando llegué a la cuadra de la casa de mi infancia me impresionó la oscuridad. No era ni más ni menos oscuro que otras cuadras, pero esta significaba algo especial y al no ser total gracias a la débil luz de la luna menguante, parecía más sugestiva.
    Como tantas otras veces, aminoré la marcha para poder echar una mirada a la puerta del 366, a los escalones, al zaguán y al jazmín, verdadero árbol del confín, que era lo último que dejaba verse. Esa vista, como un trozo de holograma, reeditaba el recuerdo de todo el viejo caserón.
    Esta vez no había autos estacionados frente a la puerta, y decidí detenerme, acercándome al cordón. Era una noche fresca y silenciosa. Serían quizá las tres y media de la madrugada. Bajé el vidrio del acompañante para mirar mejor.
    De pronto tuve la clara sensación de que alguien me miraba tras la reja, tras el vidrio de la alta puerta. Pero no, no se veía nadie. Sin embargo, la sensación de presencia persistía. Sentí un poco de inquietud.
    Puse nuevamente el motor en marcha y recorrí lentamente las dos cuadras que me separaban del garaje frente a mi morada actual.
    Cuando cruzaba la calle, un fugaz pero potente recuerdo, sepultado por décadas, como un relámpago, iluminó por un instante mi memoria...
    Imposible, pensé. Mi mente proyecta ideas absurdas que se acoplan al camino sináptico de los recuerdos, me dije, intentando racionalizarlo.

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  2. (continuación)
    Mi esposa dormía. Me acosté a su lado, pero poco pude dormir lo que restaba de la noche. Apenas una hora después del amanecer me levanté. Tomé la llave de la casa de mi madre. Ella estaba pasando estos feriados en Gesell.
    Entré al departamento de la avenida Rivadavia.
    Fui hasta la habitación de huéspedes.
    Allí en la biblioteca estaban los diarios que ella llevó cuidadosamente por tantos años.
    Busqué afanosamente, entre los que correspondían a mis seis o siete años.
    Al fin lo encontré. Decía:
    “Viernes 26 de Marzo de 1965. Hoy pasó algo muy extraño y estoy bastante preocupada. Anoche me desperté como a las tres de la mañana y Lucio no estaba en su cama. Fui a buscarlo hasta el baño, la puerta del comedor estaba abierta, pensé que había salido a la galería para pasar sin molestar a las tías, pero en el baño no estaba.
    Cuando ya empezaba a desesperarme, escuché sus pasitos en el patio. Venía del lado de la calle.
    Lucito, ¿qué hacés a esta hora acá? Y él me dijo: ‘Mamá, es que estaba soñando que tenía que ir para la puerta a recibir a alguien y cuando me desperté estaba sentado en los escalones, mirando para la calle. Entonces se detuvo un auto azul. Era un auto muy raro, muy moderno. Yo nunca vi un auto así. Y un señor bajó la ventanilla y me miró fijo’
    Yo pensé que Lucio había tenido un episodio de sonambulismo y que todo había sido un sueño. Le dije ‘estabas soñando, bueno, vamos a la cama’. Pero él insistió: ‘no mamá, primero estaba soñando, pero después me desperté, cuando vi al señor del auto’. Yo le pregunté ‘¿y cómo era ese señor?’. Y él me respondió ‘usaba barba, tenía el pelo blanco y se parecía un poco al abuelo Coco’.
    Me preocupa el sonambulismo de Lucio, y me preocupa la posibilidad de que realmente se haya despertado y un hombre lo haya estado mirando ¿quién sería, a esa hora? ¡Esto no me gusta nada!” concluía la anotación de ese día mi madre.
    Interrumpí la lectura, incrédulo, asombrado… pero mis propios recuerdos coincidían… Luego, seguí leyendo lo que mi madre había anotado los días subsiguientes. Decía que yo hablaba mucho de ese señor, que me visitaba en sueños y que estaba muy contento de conocerlo.
    Al poco tiempo, dice mi madre, dejé de hablar de él.
    Ella, algo más tranquila, decía que yo, de ese extraño personaje, parecía haberme olvidado para siempre.

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